Este fue mi duelo después de la muerte de Hector hace 25 años ya. Irónicamente, solo quedan uno o dos de los que abusaron de él, la mayoría se fueron a volar y quedaron en en olvido. Algunos fans se agarraron de este mismo artículo donde dije que también lo traicione.
En sus último días se me hacía difícil sino horroroso verlo pero siempre me preocupé por Hector. Hector tambien no quiso que yo lo viera. Le enviaba ayuda a través de su manager. Yo tenía amigos en un hospital cercano y ellos lo recogían, lo limpiaban y lo cuidaban pero no llegaba quedarse más de una tarde ante de que sus secuaces venían y se lo llevaran. En verdad, a esa altura era cuestión de semanas. En su agonía, moralejas y gestos para manipular la situación eran inútiles.
(Jueves, 1 de Julio de 1993 – Página 19)
El jíbaro de Machuelito, cerca de la cantera de Ponce. El espíritu de Borinquen y los barrios pobres de toda América. El aguacate de 90 libras que llegó a los nuevayores para fajarse con los bravos. Aquel muchacho que aplicó los cantos de Gardel, Felipe Pirela, Ramito, Odilio, con los rosarios de la cruz agregándole la malicia de Cheo y Maelo, dándole una voz a ese vacío de desolación enajenada que los de banda acá no podíamos cruzar.
Héctor Juan Pérez fue ese puente entre el pasado y el futuro de nuestra cultura popular. Héctor Juan Pérez se transformó en una persona llamada Héctor Lavoe para poder cumplir una misión que poco a poco se convirtió de un crucero de placer a un desafío contra viento y marea.
Graduado en la Universidad del Refraneo con altos honores. Miembro del Gran Circulo de los Soneros, poeta de la calle, maleante honorario, héroe y mártir de las guerras cuchifriteras donde batalló valientemente por muchísimos años.
Los ‘capitanes de la Mandinga’ lo respetaban. Por eso lo bautizaron ‘El Cantante de Los Cantantes’. Los ‘beginners’ le temían.
Cuando se trataba de labia, Héctor Lavoe era bravo. En cuestiones de negocio, amor y amistad, no lo era. El pueblo fue cómplice de esta tragedia. Héctor le podía mentar la madre a todo el mundo y el público se reía. Lo malcriaron.
La historia de Héctor Lavoe está llena de traiciones y desengaños. El jibarito ‘good lookin’ que volvía a todas las mamis locas, quería también ser un malote de barrio.
Con el tiempo, los ‘regalitos’ de sus ‘amigos’ del traqueteo se convirtieron en gruesas y pesadas cadenas. Este fallo repercutió en una serie fatal que al final nos llevó a ese muchacho que le cantó al Todopoderoso con todo su corazón.
También fue traicionado por el mundo del negocio; disqueros que siguen viviendo como jeques sauditas, vendiendo sus discos y revendiéndolos en CD sin pagar derechos de difusión, mientras Lavoe quedó lánguido en su pobreza; promotores que le ofrecían migajas para poder vender boletos a sus espectáculos donde exhibían a ‘El Cantante de los Cantantes’ en su agonía; impostores tratando de reclamar la carrera y la memoria de Héctor Lavoe como propiedad personal; la comunidad legal latina también le dio la espalda cuando reclamamos de su ayuda para defenderlo contra la explotación; y yo, que también lo traicioné al no tener el valor de verlo en esa condición.
La vida valía más que el dólar para Héctor y, al descubrir esto, se le acercaron los tiburones de agua sucia como si estuviera sangrando. Dios sabe que aquellos que se han ganado la vida devorando a otros y viviendo solamente por el billete tendrán pocos que les lloren y menos que los recuerden en sus rezos.
Pionero, maestro, compañero, hoy América Latina llora por ti. Héroe de la gente pobre, víctima de las amenazas que están acabando con nuestro pueblo. Mártir de la salsa, el monstruo que ayudaste a crear.
Perdónanos Héctor.
Willie Colón
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