Es la estrella del Partido Demócrata. La cool. La bonita. La que baila cuando no debe. La morena, la joven, la de Instagram. Alexandria Ocasio-Cortez es la nueva gran figura política de Washington. La joven prometedora. Dispuesta a revolucionar y desbaratar el establishment. La socialista, tenía que ser.
Y así llegó al estrellato. Llamándose socialista. Pero siendo la verdadera —insistiendo en ello—. La que realmente se preocupa de los problemas sociales que atraviesa la sociedad americana.
Hay que cuidarse de ella, porque asciende con rapidez. Robin Hood de la política estadounidense. Con propuestas demagógicas, populistas y extremadamente peligrosas. Enfocada solo en el bien común —¡su bien común!— por el que todos, y los ricos sobre todo, se deberán sacrificar. Y así son ellos.
Los que piensan que son los otros los que deben poner su dinero. Dijo recientemente al periodista Anderson Cooper que, a medida que triunfes, que seas próspero, deberás sacrificarte más por sus ideas (insisto: por sus ideas. Por sus retorcidas ideas). Darle el 70% de tu salario al Estado para esta cosa que ella llamó el Green New Deal (un proyecto sobre el cambio climático) fue su última brillante propuesta. Una locura.
Y así piensa concretar todo. Robando. Quitando. Lo llama taxes. Pero los piensa imponer. Para su educación gratuita, su salud gratuita; seguridad gratuita, comida gratuita, casa, poste, valla, pavimento, ¡todo!
Cuando le preguntan que cómo, dice que el dinero está. Así alzó su campaña. “Los recursos están”. Pero no los de ella, claro. Porque cuando le tocó mudarse a Washington, dijo que no tenía ni cómo pagar la residencia. Y cómo puede ser esto con una egresada de la prestigiosa Boston University. Cómo no hay dinero.
Es inteligente, no hay duda. Y por ello es peligrosa. Armó su narrativa en su momento y llegó a la capital de Estados Unidos quejándose. Que no tenía con qué. Entonces apareció en los diarios como la joven del Bronx, hija de puertorriqueños, víctima de los crueles políticos viejos, blancos, que por años han gobernado en Washington y a quienes jamás les han importado los pobres.
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Aunque hace tiempo que la carta de self-victimization no es mercadeable (o al menos así parecía). Políticos que ni se pueden mantener a sí mismos y pretenden administrar a otros. Muy poco cautivador, pienso. Pero ella triunfó en las elecciones. Qué peligro.
Porque no es rica, que sería el enemigo —según ella—. Es pobre —que es el nuevo gran valor, según ella—. Entonces, cuando le preguntan que cómo, y dice que el dinero está, habla de la pasta de los millonarios. De esos que generan empleo, mueven la economía y han vuelto a Estados Unidos una gran potencia. Malagradecida, más bien. Resentida.
Pero allí está. En los diarios. Como la nueva gran estrella del Partido Demócrata. Joven y bonita. Pero también mentirosa. Porque cuando intenta sostener sus absurdas ideas sobre que si el 1%, que si se gasta mucho, el medio ambiente, los ricos son malos y los pobres son víctimas, miente. Da unas cifras que no corresponden con la realidad. Exagera. Tergiversa todo. Miente tanto que hasta el Washington Post —un medio no necesariamente de derecha— lo ha señalado: en su test de mentiras, Alexandria Ocasio-Cortez ha sacado cuatro «Pinochos».
Y cuando le dicen que sus facts están distorsionados, es honesta y esgrime la mayor verdad sobre la que se erigen sus peligrosas ideas socialistas: no importan los hechos, importa es el bien común —«mi bien común».
“Creo que hay muchas personas que están más preocupadas en ser precisas, objetiva y semánticamente correctas, que por ser moralmente correctas”, respondió al periodista Cooper.
Qué peligro —¡qué terrible peligro!—. Su causa es justa, dice. No importa que los hechos, las cifras y la experiencia la desmonten. No importa que el socialismo haya fracasado siempre, en todo lugar, y que los ejemplos europeos que ella utiliza no son sino naciones con envidiables economías, plenamente libres y prósperas. Nada de ello importa cuando se ha designado un bien común, al margen de los hechos, y cada individuo de la sociedad debe dejar de serlo en favor del colectivo. De ese gran grupo de gentes, desalmadas, abolidas, cuya vida se someterá al «gran plan». Y, como último gran guiño, la apostasía no es permitida.
Pero ahí anda la gran estrella, Alexandria Ocasio-Cortez. Tan simpática que reprobarla incomoda. Es un fenómeno. Bastante peligroso. No queda sino evitar que de su ascenso venga agarrado el desplome de la política sensata en Estados Unidos. Que ganen los ultra y se hagan espacio en Washington. Que se degenere el debate y se invierta en peligrosas contiendas estériles.
Cuidado con la chica hermosa. La simpática. Porque miente —y bastante—.
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