Saturday, October 19, 2019

Un político en su salsa



Un político en su salsa
Perú Jan 5, 2010

El astro de la salsa dura es también un respetado político en Nueva York. Sus luchas sociales lo apasionan tanto como la música. Esta noche será un activista sobre el escenario del Festival Mundial de la Salsa que tomará por asalto la Videna de San Luis
Música con mensaje. Su carrera musical ha estado marcada por la reivindicación de la cultura latina. Ahora, como político, trabaja en promover la presencia hispana en EE.UU. (Foto: Magali Del Solar)
Hasta ahora ciertos fanáticos de la salsa se refieren a Willie Colón como 'El Malo'. La afición se resiste a dejar el apelativo que hizo famoso a este músico, quien nunca se molestó demasiado en quitárselo de encima.
En su momento, 'El Malo' era el hombre. Uno de sus discos más famosos lleva ese apodo por título. En otro disco célebre, 'Asalto navideño', a dúo con el mítico Héctor Lavoe, ambos aparecen robando un televisor de una residencia.
En un segundo volumen, ambos simulan un atraco al trabajador de un grifo. Las alusiones lumpenescas en sus discos son numerosas. La gente se creyó tanto el apelativo que –según los cronistas– en los conciertos populares no faltaba quien terminara buscándole la bronca para probar su bravura. 'El Malo' se hizo mito. Se ha llegado a decir que el aura feroz del Colón de esos años dio forma a una actitud popular que está considerada la esencia de la salsa.
Cuarenta años después, tras una diluviana carrera musical, 'El Malo' es considerado un personaje modelo. Colón tiene las llaves de la ciudad de Providence y es ciudadano honorario de Baltimore. Tiene la más alta condecoración de la Universidad de Yale y a mediados de los años noventa ya estaba considerado entre los cien hispanos más influyentes de Estados Unidos. 'El Malo' nació en el peligroso barrio del Bronx y se abrió paso a trompadas, pero hoy trabaja en una agencia del Gobierno Estadounidense que promueve la participación de la comunidad latina en la vida de ese país. De alguna forma se da abasto para hacer política sin dejar la música, como queda demostrado con su llegada a Lima.
¿La política es un nuevo escenario para las inquietudes sociales que antes expresaba con salsa?
Yo me postulé en el 2001 para vicealcalde de Nueva York y, aunque era imposible ganar porque allá las campañas son multimillonarias, nosotros con unos cuantos pesitos logramos salir terceros. Hubo una respuesta importante de la comunidad latina y eso es lo que necesitamos, que el sistema estadounidense comprenda el número que somos y el poder que tenemos. El 50% de los niños de Nueva York es latino. Es una ola que nadie va a poder resistir. Ahora empecé con el turismo para atraer turistas latinos a Nueva York y que exista una estructura para recibirlos. Eso lo maneja una comisión dentro de la alcaldía, formada por 52 comisionados entre los que está Jennifer López, Robert de Niro y muchos magnates del entretenimiento. La meta es desarrollar la economía latina de Nueva York. Es necesario para nuestro progreso, porque, ya ves, en las películas se sigue manejando el estereotipo del latino como el villano, lo que antes sucedía con los negros.
Hace mucho tiempo usted dijo que los latinos nos sentíamos amilanados por esa imagen.
Eso sigue y tenemos que luchar de una manera económica, política. Hace poco un estudio determinó que la economía latina en Estados Unidos mueve 600 billones de dólares. Es el dólar latino. Entonces, no somos un problema, somos una ayuda.
Hablando de estereotipos, usted tiene un famoso tema llamado “El gran varón”, que habla de la homosexualidad y el estigma. ¿Como político, qué piensa de toda esta polémica sobre el matrimonio gay en su país?
Bueno, yo estoy de acuerdo en que esas parejas tengan algún tipo de protección legal, pero en lo que se refiere al matrimonio en sí, dentro de la Iglesia, no creo que pueda pasar. Una cosa es reconocer la unión de dos ciudadanos que pagan sus impuestos y tienen sus derechos y dicen: nosotros somos una pareja. Eso no puede molestar a nadie. Ahora que se pretenda reconocer un matrimonio en el sentido religioso es otra cosa.
No faltará quien diga que usted se ha vuelto un tanto conservador...
No sé, después de veinte años en esto, pues siento que si en un principio tuvimos una actitud de choque, diciendo las cosas que muchos no querían escuchar, que no eran políticamente correctas, ahora puedo usar una táctica un tanto más conservadora. Vengo con más poder, más peso, pero mis creencias siguen siendo la igualdad, paridad para los latinos en Estados Unidos. Quiero que la torta se reparta igual para todos, como debe ser.
¿Por qué esa voluntad de trabajar desde la política, que no tienen otros astros de la salsa?
A diferencia de otros artistas, yo nací y me crié en Estados Unidos, bajo las leyes del 'apartheid' que duró hasta el año 63. Éramos una comunidad marginada. Era igual que Sudáfrica. No estaba permitido que dos personas de distinto color se casaran y la gente tenía que ir a escuelas distintas e incluso utilizar sanitarios separados. Un país donde la Constitución mandaba que éramos iguales, pero separados. Y entonces a nosotros nos mandaban a “nuestra” escuela, aunque esta fuera un arrabal destrozado, mientras que para los blancos había una escuela bonita y nueva. Dicen que uno puede ser cualquier cosa que uno quiera en Estados Unidos, pero esa es una promesa que nunca he visto, todavía.
¿Algún episodio personal de discriminación lo marcó?
Toda la vida. Cuando yo era chico, un latino podía caminar por las calles y de pronto venía un policía mayor y te daba un varazo en la cabeza o en el estómago y te decía “Vete para tu casa, ratoncito”. Me pasó muchas veces. Ahora, yo tengo cuatro hijos que pasan algo parecido. Yo tengo varios doctorados, domino el inglés y soy estadounidense de segunda generación, pero ven el apellido y a mis hijos los mandan por el otro sistema. Entonces estamos ante una resistencia sistemática. Representamos una amenaza para ellos. Ya te digo, en algunas ciudades tenemos el 50% de los niños en nuestra comunidad y somos la minoría más grande del país. Pero van a hacer todo lo que puedan para que sigamos así: ponernos drogas, darnos una educación inferior, tratar de fomentar la separación y la disonancia entre los latinos.
¿Todavía lo siente?
Sí, pero la cosa cambia cuando tratan de convocar al voto latino, nuestros dólares. A veces se dice que las cosas se mueven con el palo o la zanahoria. Entonces tienen que ofrecernos la zanahoria.
Hay una frase dramática de Héctor Lavoe que dice: “Pero cuando el show se acaba, soy otro humano cualquiera”. En su caso, después del cantante famoso y del activista político, qué queda.
Pues allí está la razón por la que me metí a la política, porque en el mundo de la farándula siempre era: “Oh, sí, señor Colón, pase por aquí”. E incluso los estadounidenses me decían: “Ah, usted es Willie Colón”. Pero cuando bajo de la tarima y salgo a la calle recibía el mismo tratamiento, el mismo desprecio y discriminación. Entonces siempre estoy sensible, puedo percibir en qué sitial estamos porque salgo a la calle y allí no saben si soy artista o si trabajo para el Gobierno. Voy probando el tratamiento que recibo.
¿Por qué dos estrellas de la música como usted y Rubén Blades no lograron el puesto político al que aspiraron en su momento?
En realidad, una vez yo quise lanzarme para senador, pero no lo hice. Luego me postulé para vice-alcalde y llegué en tercer lugar. A partir de entonces yo he podido trabajar con un cargo político, manejo una agencia que mueve millones de dólares y desde ese lugar he logrado ciertas metas, martillando sin echar para atrás.
¿Diría que la actitud brava de la salsa original se ha convertido en una actitud política?
Hay que buscar una reconciliación entre las dos cosas. A muchos latinos les gusta mucho la salsa, pero les importa poco la política. Es necesario tratar de arrastrarlos hacia la participación y que salgan de las sombras y de las orillas de la sociedad para que puedan ser vistos. Esa es mi meta. Yo solo quiero dejar unas ideas, una música, un mensaje de servicio para mi comunidad. Lo que cuenta es el esfuerzo.
Usted siempre tiene una frase que agarra carne en algún lado. ¿Se siente un opinador?
Bueno, creo que tengo derecho de opinar después de casi cuarenta años en esto.
¿Y le molesta que esas frases se presten a malentendidos con otros artistas?
No. Es parte del bochinche y la farándula. No me molesta.
Como político tampoco tuvo miedo de decir las cosas claras, sea respecto a la comunidad cubana o a la situación de Puerto Rico.
Bueno, yo a veces he dicho cosas de una manera que de repente no era la mejor, pero que se tenían que decir. Ahora hay acercamientos para corregir algunos de los errores. Por ejemplo, hace poco yo era uno de los principales problemas para los organizadores del Grammy Latino, pero ahora he sido invitado a ser uno de los jueces. Acepté en ese espíritu de conciliación y di mi opinión para elegir a los nominados.
'El Malo' se ha puesto conciliador...
Bueno, todos tenemos que ir evolucionando. Lo importante es la persona que llegamos a ser en el camino.
El Festival Mundial de la Salsa
David Hidalgo Vega
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Friday, October 11, 2019

The Supreme Court Has a Chance to Bring Constitutional Equality to Puerto Rico

JURISPRUDENCE


The Supreme Court Has a Chance to Bring Constitutional Equality to Puerto Rico

A century ago, the court denied rights to territorial residents because they are an “alien race.” It’s time to end this vestige of “separate but equal.”

Justices of the Supreme Court pose for their official photo.
Justices of the Supreme Court pose for their official photo on Nov. 30.
Mandel Ngan/AFP/Getty Images

I was born in Puerto Rico. That makes me a U.S. citizen and a Puerto Rican. I am equally proud of both. I now live in the mainland United States, where I enjoy full constitutional rights just like all other U.S. mainland residents. But some of those rights apply differently when I return. The constitutional right to a trial by jury, for example, applies not at all. That’s because 120 years ago, the Supreme Court ruled that Puerto Ricans (and residents of other island territories not on the path to statehood) were not entitled to the Constitution’s full protections. The reason? Puerto Ricans were an “uncivilized” and “alien race.”On Tuesday, the Supreme Court will hear argument in Financial Oversight and Management Board for Puerto Rico v. Aurelius Investment LLC. On the surface, the case concerns a constitutional challenge to the board overseeing Puerto Rico’s debt restructuring. But deep questions going to the heart of the long relationship between the United States and Puerto Rico lurk just beneath. And the Supreme Court’s past reliance on offensive racial assumptions to answer those questions will again be on display.
More than geography or distance, Supreme Court case law has framed Puerto Rico’s relationship with the United States—and the second-class constitutional status of Puerto Ricans—for more than a century. As long as U.S. territories were populated principally by white citizens, the court commonly treated the Constitution as “following the flag.” It governed in the territories just as it did in the states.
At the turn of the 20th century, however—around the same time that it upheld “separate but equal” in Plessy v. Ferguson—the court created an unprecedented rule in decisions known as the Insular Cases. Going forward, the Constitution would not fully follow the flag to newly acquired overseas territories. Some of its protections—including the fundamental right to jury trial—did not apply.
Today, Puerto Rico still owes much of its bizarre intermediate status to the Insular Cases. The island’s native-born inhabitants have been U.S. citizens since 1917, and federal law (other than the Constitution itself) applies there with full force. Yet Puerto Rico remains a so-called unincorporated territory. In the words of the Insular Cases, it “belongs to, but is not a part of, the United States.” Now, parties in Aurelius have relied on the Insular Cases to argue that the “territorial incorporation doctrine” allows Congress, when it regulates Puerto Rico, to ignore the appointments clause, which requires that some federal officers be appointed by presidential nomination with the advice and consent of the Senate.
Puerto Rico’s second-class constitutional status was then and now a kindred spirit to Plessy and Jim Crow segregation. It was only once the United States annexed island nations inhabited by nonwhite peoples that the Supreme Court held that the Constitution would not fully protect certain residents of territory under U.S. control. And in doing so, the Supreme Court relied explicitly on the belief that the new territories’ inhabitants were racially inferior.
In Downes v. Bidwell, the leading Insular Cases decision, Justice Henry Billings Brown cautioned against extending the Constitution to “possessions … inhabited by alien races.” “Grave questions,” he reasoned, would otherwise force Congress to act in ways it would not in “territory inhabited only by people of the same race.” Justice Edward Douglass White warned against admitting “unknown island[s], peopled with an uncivilized race” whose inhabitants were “absolutely unfit” for U.S. citizenship. And in Balzac v. Porto Rico, Puerto Ricans were deemed not entitled to jury trials because they lived in “ancient communities” with “customs and political conceptions” alien to “institution[s] of Anglo-Saxon origin.”
The racist assumptions that undergird the Insular Cases were widely shared at the time. Just five years before Downes, in Plessy, Brown also ruled that the Constitution permitted laws keeping white and black Americans “separate but equal.” There, too, the court reasoned that if “one race be inferior to the other,” the Constitution could not “put them upon the same plane.”
But less than 60 years later, in Brown v. Board of Education, the court rejected Plessy and “segregation with the sanction of the law.” More recently, in Trump v. Hawaii, the court overturned Korematsu v. United States, a World War II decision that allowed the “morally repugnant” internment of more than 100,000 U.S. citizens of Japanese ancestry. Acknowledging that internment was imposed “explicitly on the basis of race,” Chief Justice John Roberts announced in 2017 that it had “been overruled in the court of history” and had “no place in law under the Constitution.”
Unlike Plessy and Korematsu, the Insular Cases remain “good law,” even though they rest on similarly repugnant views about the inferiority of certain races. The ACLU and other “friends of the court” have urged the Supreme Court to reject the troubling double standard it created long ago and affirm that Puerto Ricans have full constitutional membership. I co-authored the ACLU’s amicus brief.
The Supreme Court can easily do this: The Constitution says nothing of “incorporated” or “unincorporated” territories; only the court’s own cases that stand in the way. And stare decisis—respect for precedent—is at its weakest when the court erroneously interprets the Constitution, since only the court “can alter” its own holdings.
Overruling the Insular Cases and their doctrine would not solve Aurelius one way or another. It wouldn’t even compel the court to apply its appointments clause doctrine, because the court can still hold that members of the board are territorial officers, not “of the United States.” Importantly, it wouldn’t force the issue on the complex question of statehood. Puerto Rico would remain a territory within the original meaning of the Constitution—any change on that score, when it comes, must respect the views of Puerto Rico residents. And it would not, as some have suggested, open the door for greater federal control over U.S. territories and the District of Columbia—or threaten self-governance in either. Under settled law, Congress already has its most sweeping, or “plenary,” power over both. And it is well within that power to afford them meaningful home rule.
But it would still matter—deeply. The Insular Cases cast a 120-year-old shadow on the rights of the residents of Puerto Rico. That they do so for racist and troubling reasons adds insult to (constitutional) injury. The Supreme Court may not be able to solve Puerto Rico’s debt problems, but it can affirm that residents of Puerto Rico—including more than 3 million U.S. citizens living under U.S. sovereignty—have the same constitutional protections as the rest of us. 

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Wednesday, October 9, 2019

WILLIE COLÓN - EL HIJO Y EL PAPÁ

No me había dado cuenta que la previa versión tenía solo una pantalla negra. Para mi es un elogio que llegó a tener casi 8,000 plays. Gracias! Este video es una compilación de mis 4 hijos. Willie, Diego, Alejandro Miguel y Antonio.